Jessica Scheel, ¿Quién dijo que el tercer lugar no es mejor que el primero?
La Miss Guatemala que
le quitó la mala racha al país de no clasificar en el concurso de Miss
Universo desde hacía 26 años está a dos meses de devolver la corona.
Después de un accidentado reinado en el que no consiguió el primer lugar
durante el certamen, sino el tercero, el destino la convirtió en la
perdedora que más ganó. Ahora se prepara para algo más difícil que
alcanzar la fama: conservarla.
Paola Hurtado phurtado@elperiodico.com.gt
Foto:
Walter Peña
“No me gusta que me digan bonita”, dice Jessica. Prefiere que la llamen luchadora y sencilla.
“Qué bonita es”, susurran dos señoras. Desde la esquina un hombre le toma fotos con el celular. Hay cien pares de ojos sobre la joven. Y ella sonríe. Foto. Cambia de pose. Foto. Se arregla el pelo. Foto. Sonríe.
Hay días como hoy en los que Jessica Scheel sale de un programa de televisión en el que jugó a tocar la batería y salta a un café en la zona 1 para conceder una entrevista en la que escuchará seguramente las preguntas de siempre. Hay otros días en que es la invitada más vistosa de una conferencia muy seria sobre la violencia contra la mujer y por la tarde posa para las fotos de una marca patrocinadora. Y hay días en los que solo va dos horas al gimnasio por la mañana, con cola y la cara lavada, y se juntará a comer pastel con los amigos. Porque sí, ella come pastel.
Jessica Scheel no es hija de extranjeros, como algunos le recriminan por el apellido, ni es retalteca, como muchos dan por hecho. No tiene un zapato en la cabeza, no le gusta que le digan que es bonita y no fue astucia ni coquetería lo que la hizo arquear la ceja ante el jurado de Miss Universo, sino puros nervios. Mientras medio país seguía el concurso por televisión y en Facebook los muros gritaban ¡la guatemalteca pasó entre las finalistas! Ella solo pensaba en la advertencia de su mánager: “¡no vaya a hacer clavos!”.
No puedo evitar empezar con esta pregunta. ¿Qué sentiste cuando te llamaron como finalista?
– Yo esperaba quedar entre las 15 finalistas y estaba segura que entraría porque me había ido muy bien en la preliminar, que es cuando una desfila sola en traje de baño ante 8 personas de un jurado que no es el mismo que el de la final. No se dice nada, solo te paras y sonríes. Luego ya te hacen preguntas sencillas para ver cómo te desenvuelves. Y en esas estaba, pensando “guau, quedé entre las quince” cuando volví a oír mi nombre. Hasta iba a aplaudir. Me tomó por sorpresa.
¿En qué pensabas?
– En lo que me había dicho mi mánager: “Jessica, no vaya a hacer clavos” (se ríe). Antes de viajar me dijo: “es que yo la miro a usted un poco hippie” y yo me reía. Me preguntaba “¿cómo se va a parar?” y me hizo jurarle mil veces que iba a entrar, que no me iba a arrepentir.
¿Tenías idea del alboroto que te esperaba al volver?
– Yo perdí la dimensión de lo que estaba viviendo. Había pasado allá (en Las Vegas) 20 días y aunque sabía que alguna gente lo había visto no tenía idea de qué tantos estaban enterados. Al aterrizar en el aeropuerto mi mamá me dijo “ponete tacones porque hay gente afuera”. Yo venía en tenis… Ese sábado me vi en la grabación del concurso y tampoco lo podía creer. Brinqué, salté. El domingo fui a misa y el padre me llamó para que le hablara a la gente; pasé dos horas tomándome fotos con todos. Hasta ese momento me percaté de lo que había pasado.
Jessica llegó al concurso en Las Vegas, Estados Unidos, como una suplente. En el certamen de Miss Guatemala obtuvo el tercer lugar, pero Alejandra Barillas, la joven coronada, se lesionó la pierna y el segundo lugar, Ana Lucía Mazariegos, ya estaba lista para ir a la competencia de Miss Mundo. La invitación para ir a Las Vegas se la hicieron entonces a Jessica, que ostentaba el título de Miss Internacional. “¿Querés? ¿te atrevés?”, le preguntaron. “Y claro que me atrevía. Era lo que había deseado”.
En un inicio fue conocida en Las Vegas como “la que llegó en vez de la ganadora”. Las contrincantes eran simpáticas.
Guatemala, ese pequeño país que nunca pasa a finales, no era una amenaza. Hasta le sugerían “Parate a la par de Venezuela para que salgás en las fotos”. Pero después de la etapa preliminar, cuando corrieron los rumores de que a la guatemalteca le fue muy bien, Jessica sintió en la nuca las envidias. Hasta le regalaron ricos y grasientos chocolates.
Jessica tiene 21 años, es maquillista profesional y modela desde los 2 años. Es nieta de la fundadora de la primera agencia de modelaje del país, formadora de varias reinas de belleza. A los 16 años fue coronada Miss Teen y fue finalista de varios certámenes internacionales. Miss Guatemala era su mayor apuesta, la grada para llegar al Miss Universo.
¿Te dolió perder?
– Me dolió. Era algo que yo quería, lo tenía visto. Pero ahora que lo veo fue lo mejor que me pudo haber pasado. Esas son las caídas que calan, las que te ponen los pies sobre la tierra y te enseñan a valorar las cosas. Si me hubieran dado la corona desde el principio probablemente no lo habría valorado igual. Aprendí a bajar la cabeza y a recibirla con las manos abiertas. Desde entonces mi lema es “Dios hace las cosas en el tiempo perfecto”.
¿Qué ignora la gente de los concursos de belleza?
– Tenemos una idea errónea de las misses. Dicen que tienen un zapato en la cabeza, pero una Miss es una empresaria, una profesional, que puede sonreír, hablar, caminar, vender, ayudar, ser la voz de muchos. Yo me voy con la cara sin maquillaje a dar bolsas de comida, que ese es mi trabajo realmente. Tomarme fotos vende, pero una Miss es más que una imagen, es el gancho para llevarle ayuda a otros.
¿Qué piensas de esos videos que hay en YouTube que muestran los errores de las misses, como la que contestó que “Confucio es el chino japonés que inventó la confusión”, o la Miss Guatemala que cantó mal el himno nacional?
– Es de humanos equivocarse y es algo que puede pasar. Si te expones a un público siempre vas a ponerte nerviosa. Yo era tímida, me daba miedo expresarme, pero aprendí a manejar mis nervios; sin embargo hay mucha gente que no lo logra. En todo caso creo que si no sabes una respuesta es mejor quedarte callada.
¿Son tan lindas las concursantes como se ven en las fotos?
– Más. Son divinas. El día que llegué y las miraba pasar decía con la boca abierta “no puede ser”. Todas, las asiáticas, las negritas, las latinas, las europeas, eran impresionantes. Y te digo que eran chavas muy normales, talvez solo unas 3 o 4 bastante plásticas, pero las demás solo teníamos ganas de pasarla bien, juntarnos en las noches a platicar y comer.
¿Y comen?
– En el hotel había bufé todo el día. Yo les decía: “no miren esa luz, no pasen por ahí” cuando pasábamos a la par de los postres. En los salones nos ponían brownies, pan, mantequilla de maní, Sabritas… lo que quisieras. Y lo hacen para ponerte a prueba y ver qué tan disciplinada eres. Y todo lo anotan: si llegas tarde, si engordaste. Todo va contando.
¿Cómo es tu relación con la belleza?
– Siempre he tenido claro que la belleza más importante es la de adentro. A mí me dice la gente “qué linda es”, pero no, no me gusta que me conozcan solo físicamente. Hay algo más importante aquí dentro. Mi abuelita me enseñó a no ser una modelo de pasarela, sino una modelo de vida.
¿Por qué cualidades te gusta que te valoren?
– Por la calidad de persona. Que me digan bonita no me gusta. Está bien, lo oigo y qué lindo, pero no me llena. Prefiero que digan ella es sencilla, luchadora, inteligente, trabajadora. ¿Pero que me digan que soy bonita? Hay un montón de gente linda, preciosa. Pero la seguridad que yo tengo de que mis ideas y pensamientos van encaminados a hacer el bien es lo que me hace ser buena persona.
Pero al final eres una reina de belleza y el físico cuenta. ¿Cuánta presión tienes de mantenerte impecable? ¿Son severas las críticas y las descalificaciones?
– Obviamente para sentirse seguro hay que sentirse bien con uno mismo. Yo soy equilibrada en todo sentido. Me alimento bien y si quiero comerme un pastel, me lo como, pero voy al gimnasio de lunes a viernes; es mi responsabilidad, mi trabajo. Pero te soy sincera, casi todo lo que he recibido ha sido positivo. Obviamente como mujeres siempre tendemos a la envidia, somos doble cara y lo que querrás, pero yo gracias a Dios he recibido muy buenas vibras y cosas positivas.
Quizás porque mi logro en algún momento se sintió que era de todos.
¿Qué cosas materiales gana una Miss Guatemala?
– Un carro por un año, la maleta que llevas al concurso, vestidos, joyas, relojes, maquillaje.
¿Qué sacrifica una Miss?
– Los sacrificios se hacen antes, durante la preparación. Ahora lo que se da es tiempo. Aunque hay días en que me levanto a las cuatro de la mañana para arreglarme (hace el gesto de plancharse el pelo) y me pregunto: “¿por qué te metiste a esto?” Pero luego llego feliz a los lugares y me lo disfruto.
¿Qué puertas abre ser finalista en el Miss Universo?
– Te da credibilidad. Te da la oportunidad de que escuchen tus ideas y apoyen tus proyectos. También me han propuesto actuar en una telenovela mexicana, en videos musicales, en una pasarela en Dubái y en Estados Unidos. He recibido muchísimas ofertas. Pero por ahora todo lo tengo en stand by porque mi responsabilidad es con el reinado. Quiero enfocarme y disfrutarme esto.
¿Qué ofertas has rechazado?
– Las de entrevistas sobre mi vida privada, con preguntas que no aportan sino que solo son para la farándula.
¿Qué conoces del país que no conocías antes de agosto?
– Ahora lo conozco a otras alturas: nunca me había subido a un helicóptero, y me moría del miedo (risas). Aprendí también a amar al país y de que somos privilegiados. No tenemos nada que envidiar. Todo lo que tenemos lo hizo Dios, pero se puede acabar.
Hablas bastante de Dios, ¿qué religión profesas?
– Soy católica, católica. Mi fortaleza es la fe en Dios, en mí, en la humildad y en el amor a lo que haces. Yo siempre digo que los mayores problemas que tenemos son por la falta de amor: las familias desintegradas, los padres que no le dan amor a sus hijos es lo que genera la violencia…
¿Crees en el matrimonio?
– Yo me voy a casar, me voy a casar y me muero por tener hijos, por hacer una familia. Me fascinan los niños, habría podido ser maestra.
¿Estas de acuerdo con que la mujer se someta a cirugías y retoques estéticos?
– Lo que yo digo es que una buena cirugía es la que no se nota. Si te sentís más cómoda haciéndotela, si no se nota, si la necesitás, hacétela, pero que no te cambie lo que eres. Creo que hay que aprender a disfrutar cada etapa de la vida. Yo espero ser una viejita arrugada. Mi abuelita es arrugadita y es linda. Pero veo a otras mujeres con la cara así (simula ir en una moto a 200 kilómetros por hora) que ya ni se sabe qué edad tienen… no, no.
¿Que harás después de que entregues la corona en abril?
– Ya estoy trabajando con Belleza Guatemala, aunque todavía no he tomado la batuta completamente. Creo que me voy a quedar en el medio. Antes (de asumir como Miss Guatemala) estaba estudiando diseño de interiores, pero ya no me da tiempo y me quedé estudiando cursos libres por internet. ¡Y tenía buenas notas, eh, para que no digan! También tengo un proyecto gigante de ayuda que está divino.
Y termino con esta. La ceja ¿era tu as bajo la manga?
– Nooo, yo creo que fue mi manera de expresar los nervios. Nunca lo había hecho, siempre modelo matándome de la risa.
Y cuando me vi dije “nooo, por qué se me subióoo”. Cuando vine a Guatemala lo primero que me preguntaron fue “¿dónde te depilás las cejas?”.
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