BORIS IZAGUIRRE
Donald presidente
BORIS IZAGUIRRE 22/04/2011
Donald Trump, el millonario americano, sueña con ser presidente de su país, avanzaba el Jueves Santo Le Figaro.
El anuncio podría oficializarse en junio, después de una cena para
recaudar fondos, algo que se le da como a nadie al empresario
inmobiliario. Trump es de la vieja escuela, que para pedir dinero pasea
de mesa en mesa y conoce de antemano los nombres de las personas que
saludará. La táctica facilita que el inversor se deshaga en generosidad.
Las campañas electorales son cada vez más caras, los partidos en los
países democráticos del Primer Mundo se las ven duras para conseguir
dinero sin caer en problemas judiciales.
Que un millonario sueñe con ser
candidato presidencial es casi una plegaria atendida para los tesoreros
de esos partidos. Porque los millonarios sí que saben apretar manos y
lo que sea necesario para asegurar dólares lo más limpios posible. Pero
conviene recodarles a esos tesoreros la frase que Truman Capote
atribuyera a nuestra santa Teresa: "Más lágrimas se derraman por
plegarias atendidas que por aquellas que quedan sin atender".
Trump carece de experiencia política, pero sabe lo que le gusta a la audiencia
Los millonarios saben apretar manos para asegurar dólares
Un millonario devenido en presidente suena muy lógico en tiempos de
crisis. Trump agrega a su perfil de millonario su habilidad para
adentrarse en el negocio de la telerrealidad. El aprendiz, un show
basado en uno de sus libros, donde Trump fue productor y presentador,
pasó años cosechando espectadores en Estados Unidos e Inglaterra. Es un reality
con varios candidatos luchando por convertirse en el "próximo Trump".
Quedan aceptados al grito de "Estás dentro" o descartados al de "Estás
despedido", que se han convertido en contraseñas generacionales en esos
países. La sola idea de Trump terminando las reuniones en el Despacho
Oval con estas frases relame de gusto.
Trump también es
propietario de la marca Miss Universo, que gestiona los derechos y
realización del certamen de belleza que más ha aportado al desarrollo de
la cirugía estética. Probablemente gracias a este certamen, Trump ha
podido casarse con mujeres más jóvenes y despampanantes, pero también ha
adquirido ese aspecto a medio camino entre John Wayne y Liberace, que
consiste en corpulencia y mirada aniquilante, peinado superlativo y piel
esponjosa. Así como cada vez queda más claro en nuestras retinas que
Berlusconi, Mubarak y Hu Jintao confiaron el color de sus cabellos al
mismo producto, creando la primera ideología global del tinte, Trump
aportará la diferencia rubia, en tiempos de Obama, de elegancia cómoda,
corbatas anchas de seda infinita, sonrisa Luis Miguel y ese plus de
haber nacido americano, en Nueva York y de padres pudientes, que le
aleja del tópico político con probabilidad de corromperse. Otra cosa son
sus divorcios, que serían preocupación menor para los italianos,
acostumbrados a cualquier embrollo familiar por Berlusconi, pero de más
arriesgado para los timoratos americanos.
Donald se divorció de Ivana
Trump, ex campeona olímpica de esquí, checa de nacimiento, en los
primeros noventa, después de haberse convertido en la pareja que intentó
llevar a la realidad los desvaríos de la serie televisiva Dinastía.
El divorcio le costó 25 millones de dólares de aquella época. Ivana
asimiló tanto de Donald que le emula en el hábito de desposarse con
caballeros más jóvenes y de bellezas intervenidas.
El siguiente
matrimonio de Donald con Marla Maples terminó en un aparatoso divorcio
en las pistas de Aspen. Marla le encontró con otra y vivió una cierta
fama como habitual del cuché, siempre posando con cajas de cereales y
tazones de leche en cocinas de diseño. Los dos tuvieron una hija de
nombre Tiffany, como debe ser. Aparte de los hijos que tuvo con Ivana,
la familia presidencial de Donald asegurará muchos centímetros a la
prensa americana. Porque Trump comprende como nadie los vericuetos de la
sociedad del espectáculo, donde lo que importa es la capacidad de
generar noticias, acumular escándalos, gestionar barullos.
Trump
ha exhibido sin pudor alguno su riqueza inmobiliaria y de gusto
criticable tanto en tiempos de bonanza como de crisis. Que sea
criticable favorece el debate democrático, que al fin y al cabo es lo
que cimenta el poder de la televisión. Por eso tampoco importa que
carezca de experiencia política, porque sabe mejor que nadie lo que
gusta a la audiencia.
En España aún no hemos encontrado la fórmula mágica para que la fuerza empresarial
tenga el tirón de los ídolos mediáticos. A lo mejor, si la frase
atribuida a santa Teresa se confirma, sea preferible que Botín siga
siendo Botín y Esteban siga enfrascada con Lomana. Mientras, Trump
cuenta las horas para que llegue junio antes que las niñas Kardashiam,
otras celebridades de la telerrealidad americana, adictas al
exhibicionismo y la manipulación quirúrgica, empiecen a soñar con la
presidencia de la que fuera primera potencia del mundo.
FUENTE : http://www.elpais.com/articulo/agenda/Donald/presidente/elpepigen/20110422elpepiage_2/Tes
Boris: Ridiculisimo como siempre...
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