domingo, 31 de octubre de 2010

JOAQUIN EL MAGNO: ENTREVISTA PARA LA REVISTA TODO EN DOMINGO

Joaquín, el magno
Detrás del espectáculo de las reinas hay un rey. Con el rigor intacto, el estrés de siempre y la pasión de sus inicios, el productor de espectáculos Joaquín Riviera, quien este año llega a su 30 aniversario detrás del certamen del Miss Venezuela, ha convertido las horas de "la noche más linda" del país en el musical más importante de la televisión venezolana. A sus 77 años aún no piensa en el retiro
-- José Roberto Coppola jcoppola@el-nacional.com -- Fotografías Marcel Cifuentes marcelcifuentes@gmail.com 

Desliza, en un repetido vaivén, el caramelo en su boca, como niño pequeño. El rictus ecuá- nime y agudo en su mirada. 

Mueve el rostro de un lado al otro del escenario, una y otra vez, cuando ve la coreografía de las misses. Los dedos teclean la mesa al ritmo de la melodía con inminente tensión. Joaquín Riviera está sentado en el estudio de Mata de Coco en Chacao donde repasa los ensayos. Si bien ya se ha tomado dos pastillas de Eufytose para desbravar el estrés, él no está quieto. 

Revisa atento el caminar del opening de las misses, pero algo en el taconeo de las candidatas le fastidia. Y aunque pareciera que hubiese amansado la adrenalina que se le activa en los ensayos por la cuenta regresiva del magno evento del Miss Venezuela, no es así. "Estoy súper acelerado", había soltado en confesión unos minutos antes cuando no dejaba de mirar el reloj. Las muchachas siguen desfilando en la coreografía con la guía de Mery Cortez, pero a él nada se le escapa. "Para, para, para". La música se detiene. Nadie habla. 

Y empiezan los regaños: "Chica, tú no viste que te estás saliendo de la fila y tienes que ir hombro a hombro con tu compañera", corrige a las participantes desde el micrófono. Y en el silencio todas acatan sus mandatos. "Yo antes era muy jodido, muy terrible. Ya no", suelta pícaro. 

Allí, en los ensayos, busca desarmar los errores y sacudir la indisciplina. Y con ese radar que tiene en las retinas, sabe cuando algo no marcha bien en el andar de las misses. Es capaz de detectar, entre ese mujerero, a aquellas que están extraviadas en la coreografía. "Este es un trabajo de mucha presión y así es que se rinde más". Vigila cauteloso cada pisada, mide el ritmo y manda a comenzar desde el principio cuando algo no marcha. "Mira, tú, ¿cuántos pasos hay de aquí a allá. No te das cuenta de que estás haciendo la vuelta al revés? Cuando regresas, po-po-pa, es vuelta y media lo que tienes que hacer", explica de pie haciendo los pasos que debe repetir la miss correctamen- te. Enumera cuántas misses van en cada fila, vuelve a repetir la coreografía desde la salida hasta que salga como 
quiere. "Ahora háganlo con intención". Las muchachas comienzan de nuevo su tintineo de tacones. "Para, para, para. Tú, chica, la coreografía que hiciste es la del salón de al lado". 

Tras el gran musical. En la ofi- cina de Joaquín Riviera hay un almanaque gigante que tienen los días señalados de los ensayos con puntitos de colores. Sobre la mesa hay pistas musicales, papeles con la letra de las canciones que posiblemente utilice para el show, carpetas con los dibujos de los trajes que llevarán los bailarines, los planos del diseño del escenario. 

"En este trabajo están en juego millones de bolívares y el rating, pero también mi reputación artística", cuenta su desafío gigante. Sus días se pasan entre reuniones con productores, directores de cámara, asistentes de producción, vestuaristas, el equipo del ballet comandado por la coreógrafa Mery Cortez, con los diseñadores del escenario, con el presidente del certamen, Osmel Sousa, para coincidir en la estética del show, con arreglistas, musicalizadores, iluminadores... Sin contar las negociaciones con los artistas locales y extranjeros que participarán en el espectáculo. Por eso debe empeñarse seis meses antes para que todo salga como pretende. "Mi meta siempre fue convertir al Miss Venezuela en un gran programa musical. Para mí es el musical más importante de Venezuela", dice con sus ojos achicados en ternura y levantando los hombros de su grande, pero noble humanidad. 

"Cuando yo termino un Miss Venezuela finalizo muy agotado, con muchos deseos de descansar. Casi siempre el día siguiente me voy de viaje. No me gusta leer los comentarios de los periódicos, eso los leo tres semanas después. Tampoco quiero que me hablen del espectáculo. Son tantos meses de trabajo, es muy fuerte, sólo quiero descansar", confiesa su propia fórmula para evadir el alboroto de un país que tiene como tema obligado del día siguiente el del show de la belleza. Joaquín Riviera ya lleva 30 años dirigiendo las escenas de la principal fiesta de beldades del país. 

Y ha convertido el espectáculo de lentejuelas y plumas en el más esperado de Venezuela con una creatividad de asombros. Ha montado desde elefantes de circo hasta carros antiguos en unos números musicales que van desde el folclore de un joropo hasta la energía de un reguetón. "Cuando llegas a un piso muy alto ya no estás tan cansado. Te cansas cuando vas subiendo", suelta en metáfora porque se siente complacido con sus ejecuciones, aunque sabe que lo que sale mal el día del escenario no se puede arreglar. Él es sólo un testigo de algo que se ensayó con cuidado, pero que se descontroló en escena. 


El rey del show. En el rigor de su oficio, Riviera admite sus maneras. Grita, regaña, reclama, supervisa, hace cambios, se molesta, exige, corrige. "Yo soy muy dominante. Grito, pero no digo malas palabras. Cuando me arrecho todo el mundo se tiene que callar y tengo que sentir que me están entendiendo. 

Yo busco que hagan lo que yo quiero. Y siempre digo: no me gusta. Puedo cambiar de idea y respondo: vamos a probarlo, pero me tienen que convencer. Yo no tengo problemas con aceptar otra propuesta y decir que estaba equivocado. Pero siempre digo de primero: `no me gusta", enfatiza sonriente su capricho. Aunque reconoce que antes gritaba más. 

Cuando se enoja, lo hace desde la autoridad de quien está buscando que todo salga bien porque es un afanoso de los detalles más pequeños para que el show se luzca en grande en pantalla. "Los años me han hecho entender que me he estresado mucho". Por eso, cuando se le alborota el estrés en el cuerpo se toma unas píldoras de Eufytose. 

Y así se calma, pero no del todo. 
Todavía Joaquín Riviera se emociona cada año cuando debe empeñarse en los preparativos del Miss Venezuela. 

Sabe que el evento en el que se vuelven todas las miradas exige de él la misma pasión de sus inicios. Y así ha logrado replantearlo con fantasías distintas: desde tablaos flamencos y danzas africanas hasta cuentos de hadas o musicales de Broadway. 








¿Cómo ha logrado reinventar el espectáculo? "Yo trato de ir con la época. Todos los años viajo a Nueva York para ver cuáles son las tendencias. Estoy muy pendiente de la música del momento, la que la gente está escuchando. Yo tengo 77 años, pero estoy en lo que está sonando", resuelve para dejar en claro que está a la vanguardia de los ritmos. 

La oficina de Joaquín Riviera está blindada. Una enorme y pesada puerta de acero esconde los secretos del show más visto del país cada año, pero la verdadera razón es otra: es una prueba impermeable a los sonidos. 

Desde adentro, el artífice del evento del Miss Venezuela puede escuchar a todo volumen las canciones que evalúa para el espectáculo de cada año porque a veces una sola canción tiene que escucharla una y otra vez hasta que arme todo. "Repito la canción, tengo que escucharla muy bien. Hasta cuando estoy de viaje la llevo en mi Ipod para imaginar todo en cada compás para luego pedirle a los coreógrafos que me monten esa canción como yo la visualizo". Allí, en su oficina, tiene varios televisores, equipos de sonidos y computadoras en donde repasa vídeos, se inspira con alguna letra o musical que cautive su atención. "Desde enero o febrero ya estamos pensando el Miss Venezuela de septiembre. Y tengo que visualizarlo todo. Reúno a mi gente para decirle cómo me gustaría la escenografía, saber si quiero un número de salsa, rock o de música venezolana, aprobar las coreografías, mandarle a hacer modificaciones al vestuario que me presenten. Y tengo que reunirme las veces que sea negrafías de Gene Kelly. "A mí me gustaba bailar, pero yo lo que quería era ser coreógrafo. Estudié contaduría pública, pero a los tres años decidí que quería bailar. Cuando empecé a estudiar estaba muy atento de lo que decían mis maestros". Así lograba registrar en los archivos de su memoria lo que enseñaría después como profesor, asistente de producción y director del musical. "Yo nací para mandar. Para saber diricesario con la gente que trabaja conmigo. Vivo con un almanaque de actividades y voy viendo lo que me falta por hacer. Tengo que escribir todo lo que quiero. Antes estaba lleno de papeles, ahora lo hago en mi Ipad", cuenta. 

Vocación en los genes. Siempre supo que esto era lo que quería hacer el muchacho que desmontaba el orden de los muebles de su casa en Cuba para hacer las coreo gir hay que haber estado del otro lado y poder enseñarles a los otros lo que aprendiste", fundamenta agarrado de manos e inclinado en la silla blanca de su oficina. 

Afanoso como es, Joaquín Riviera supervisa los números que montará cada año sin sacar cálculos. "Cada show se ensaya montones de veces hasta que siento que está listo. Para mí lo más importante es el opening porque un buen espectáculo te tiene que cautivar desde el primer momento. La música, la vistosidad, la coreografía, el escenario, toda la puesta en escena te tiene que mantener pendiente de lo que está pasando". Detrás de esas horas de espectáculo están meses de trabajo en los que Riviera se la pasa planeando y dirigiendo su propia maquinaria para llevar luces, fastuosidad y fantasía a todos los televidentes de un país, sin contar con las miradas foráneas que están puestas sobre el Miss Venezuela. 

Un golpe en la mesa. La música frena su ritmo. Y desde su voz ronca en el micrófono, Joaquín Riviera grita: "Paraaaaaaa. 

Chica, ¿por qué tú te quedas de frente. No estás viendo lo que estás haciendo?", le dice corrigiendo a una miss en los ensayos. Todas lo escuchan y acatan sus órdenes. "Yo siempre exploto, pero antes era más impulsivo", reconoce con esa mirada de niño malo. ¿En dónde está en el momento del espectáculo del Miss Venezuela? "Estoy frente al escenario muy nervioso, pero controlado y estoy con mi productor al lado que es quien tiene el micrófono ese día y yo le digo: `pregunta si las bailarinas están listas’, `consulta si las misses ya se cambiaron’. Ese día no puedo tener los micrófonos porque me los comería a todos", admite travieso. 

Con la certeza que da un oficio hecho por tres décadas, Joaquín Riviera sabe que es obra suya el espectáculo musical más grande del país con una nómina enorme de gente trabajando bajo sus directrices. "A mí no me van a quitar de este puesto, yo tengo muchos años de oficio", admite su convicción. 

¿Cuándo le gustaría retirarse? "Todavía no ha llegado el momento. Esto me gusta mucho", dice con sus ojos chiquitos. Mira una y otra vez el reloj en una manía inquieta. Teclea los dedos sobre la mesa. " Misessssss", grita en un llamado por el micrófono. La función de Joaquín debe continuar.

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